A ti te daré las llaves del cielo
Roberto Castelar
“A ti te daré las llaves del cielo”, le dice Nuestro Señor Jesucristo a Pedro. Luego le dice “confirma en la fe a tus hermanos”. Esas palabras trascienden los siglos y permanecen para siempre, sosteniendo la Sagrada Institución que es el fundamento de la unidad de los bautizados en la única y verdadera Iglesia. Es la Sagrada Institución del Papado, principio de unidad de toda la Iglesias, Pastor y Padre común de todos los cristianos.
“Vayan y enseñen a todos los pueblos”, son palabras eternas. Si Nuestro Señor les dio a los apóstoles la misión concreta, por derecho divino, de enseñar a los pueblos la verdad, de transmitir sus enseñanzas a todos los habitantes del mundo, tanto más derecho y potestad le dio a Pedro, a quien constituyó como cabeza de los apóstoles, a quien dio el mandato de confirmar en la fe a sus hermanos. Si los apóstoles y los obispos, sus sucesores, son los Maestros, entonces el Pedro y sus sucesores son los Maestros de Maestros, los Doctores Supremos a quien les corresponde en altísimo grado enseñar la verdad de la fe y defenderla, para mantenerla íntegra en el transcurso de los siglos.
Cuando se entra en la Basílica de San Pedro, se ve una imagen simbólica y expresiva: cuatro grandes santos y doctores, dos de ellos orientales y dos occidentales, todos ellos obispos; pero por encima de ellos está la Cátedra del apóstol Pedro. Esa imagen nos viene a indicar que la Sede de donde emana la verdad, de donde se conserva pura e íntegra la fe, es la Sede de Pedro; y que todos los padres, de la Iglesia, doctores y obispos, permanecen en la fe en la medida en que están unidos a esa Sede. Ellos son doctores, sí, y enseñan la verdad. Pero ellos obedecen al Maestro de Maestros, que tiene el deber gravísimo de resguardar la fe.
¿Cómo podríamos permanecer en la verdad, estando solos en este mundo? Los hombres, perjudicados en su inteligencia por el pecado original, caerían en errores de manera muy fácil. Errores saldrían de todos los lados, justificando por si mismos las más bajas pasiones y desobediencias del género humano. ¿De qué manera es que Nuestro Señor impediría que sus enseñanzas fuesen modificadas, dañadas, tergiversadas o borradas de la faz de la Tierra? ¿De qué manera es que Él habría de impedir que la luz de la verdad se apagara sobre la Tierra y nos dejara en la profunda oscuridad del error? Para ello instituyó un colegio apostólico, e instituyó una Sede apostólica a la que prometió la especial asistencia del Espíritu Santo, para que nunca enseñara el error y siempre condujera a sus hermanos a la verdad.
En materia de fe y de moral, la Iglesia no se puede equivocar. Pues si ella, instituida por Nuestro Señor Jesucristo para enseñar la verdad a todos los pueblos la verdad, se equivoca, entonces, ¿dónde encontraremos la verdad? ¿Será que basta nuestra conciencia para conocer la verdad? ¿Será que la sola lectura de la Sagrada Escritura es suficiente para conocer la verdad? Los que siguen solo su conciencia terminan con su verdad particular, distinta de la de los demás; los protestantes, que buscan la verdad interpretando la Sagrada Escritura, están todos divididos, cada uno creyendo una cosa distinta del otro. Es necesario pues, que alguien conserve la verdad íntegra, tal como la transmitió Nuestro Señor, y ese alguien es la divina Institución de la Iglesia, asistida divinamente y en tal manera que no puede errar en lo que corresponde a la fe y costumbres.
Y dentro de ella, de la Iglesia, conserva el carisma de la infalibilidad el Supremo Maestro, el Papa, Vicario de Cristo. Infalible no cuando opina, no cuando conversa, no cuando peca, no cuando manda, sino solo cuando enseña y propone la verdad, de modo definitivo y para toda la Iglesia. Para que nadie se confunda, para que nadie se desvíe, para que nadie tome por blanco lo que no es blanco, Dios quiso que su representante en la Tierra enseñara siempre solo la verdad que de Él emana, sin errores ni ilusiones. Así lo creyeron los doctores, sabios, obispos, apóstoles y santos: que en lo que respecta a la fe debían estar unidos a lo que enseñaba el Pontífice Romano, puesto que a él le convenía, por derecho divino, la misión de confirmar en la fe a los cristianos.
Se equivocan los que interpretan el carisma de la infalibilidad en el oficio de Maestro del Papa, como una especie de poder que posee para hacer y deshacer cuanto le parezca, o que le de la posesión absoluta de la verdad, o que lo ponga por encima de la revelación. También se equivocan quienes piensan en la proclamación del dogma de la infalibilidad papal como en la declaración de una facultad que tendría el Papa para utilizar desde entonces. Nada de eso. La infalibilidad papal es, ante todo, una garantía que se nos da. Garantía de que todo lo que los Romanos Pontífices nos han enseñado durante tantos siglos, sin contradecirse, es verdadero y materia de fe. Garantía de que la fe nos ha sido transmitida en toda su pureza e integridad, asistida por el Espíritu Santo.
Muchos Papas indecentes, corruptos, pecadores existieron, sí. Pero eso, antes de ser una objeción contra la grandeza de la misión del Papa, ¿no es una grandísima prueba de la asistencia divina que le brinda el Espíritu Santo? Todos los Papas que no fueron dignos de estar en tan noble oficio, pudieron haber dañado la fe de modo increíble, pero no lo hicieron. Pasando por manos santas y sucias, la fe se conservó plenamente, en toda su pureza.
El Papa es un hombre como nosotros. Con un oficio superior al nuestro, pero tan susceptible de caer en pecado como nosotros. Y se equivoca cuando conversa y opina, como nosotros. Y puede equivocarse cuando manda, prohíbe o permite alguna norma de disciplina. Esto, que puede transformarse en un argumento para atacar la infalibilidad papal, expresa antes que todo, la necesidad de que el Espíritu Santo lo asistiera y lo librara del error, cuando él enseña de modo definitivo a toda la Iglesia. Porque si ha habido Papas tan pecadores, ¿qué sería de nosotros si ellos pudieran enseñar definitivamente el error? Si el Supremo Maestro es tan débil como nosotros, ¿no sería razonable que Dios lo asistiera con la infalibilidad, no para mantenerlo en la verdad solo a él, sino a toda la Iglesia?
Gracias a Dios, la fe se ha conservado, y se conservará hasta la consumación de los siglos, porque el Vicario de Cristo es infalible en su Magisterio, cuando es definitivo y universal. Y no se trata de estar seguros de que el Papa nunca caerá o que nunca se va a equivocar, se trata de tener la certeza de que lo que todos los Papas han enseñado durante veinte siglos y que se nos transmite a nosotros, es la fe pura e intacta que enseñó Nuestro Señor Jesucristo, y que está, por asistencia divina, libre de todo error.