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A ti te daré las llaves del cielo


El gran Pontifice que proclamo el dogma de la Infalibilidad Papal

El gran Pontifice que proclamo el dogma de la Infalibilidad Papal

Roberto Castelar

“A ti te daré las llaves del cielo”, le dice Nuestro Señor Jesucristo a Pedro. Luego le dice “confirma en la fe a tus hermanos”. Esas palabras trascienden los siglos y permanecen para siempre, sosteniendo la Sagrada Institución que es el fundamento de la unidad de los bautizados en la única y verdadera Iglesia. Es la Sagrada Institución del Papado, principio de unidad de toda la Iglesias, Pastor y Padre común de todos los cristianos.

“Vayan y enseñen a todos los pueblos”, son palabras eternas. Si Nuestro Señor les dio a los apóstoles la misión concreta, por derecho divino, de enseñar a los pueblos la verdad, de transmitir sus enseñanzas a todos los habitantes del mundo, tanto más derecho y potestad le dio a Pedro, a quien constituyó como cabeza de los apóstoles, a quien dio el mandato de confirmar en la fe a sus hermanos. Si los apóstoles y los obispos, sus sucesores, son los Maestros, entonces el Pedro y sus sucesores son los Maestros de Maestros, los Doctores Supremos a quien les corresponde en altísimo grado enseñar la verdad de la fe y defenderla, para mantenerla íntegra en el transcurso de los siglos.

Cuando se entra en la Basílica de San Pedro, se ve una imagen simbólica y expresiva: cuatro grandes santos y doctores, dos de ellos orientales y dos occidentales, todos ellos obispos; pero por encima de ellos está la Cátedra del apóstol Pedro. Esa imagen nos viene a indicar que la Sede de donde emana la verdad, de donde se conserva pura e íntegra la fe, es la Sede de Pedro; y que todos los padres, de la Iglesia, doctores y obispos, permanecen en la fe en la medida en que están unidos a esa Sede. Ellos son doctores, sí, y enseñan la verdad. Pero ellos obedecen al Maestro de Maestros, que tiene el deber gravísimo de resguardar la fe.

¿Cómo podríamos permanecer en la verdad, estando solos en este mundo? Los hombres, perjudicados en su inteligencia por el pecado original, caerían en errores de manera muy fácil. Errores saldrían de todos los lados, justificando por si mismos las más bajas pasiones y desobediencias del género humano. ¿De qué manera es que Nuestro Señor impediría que sus enseñanzas fuesen modificadas, dañadas, tergiversadas o borradas de la faz de la Tierra? ¿De qué manera es que Él habría de impedir que la luz de la verdad se apagara sobre la Tierra y nos dejara en la profunda oscuridad del error? Para ello instituyó un colegio apostólico, e instituyó una Sede apostólica a la que prometió la especial asistencia del Espíritu Santo, para que nunca enseñara el error y siempre condujera a sus hermanos a la verdad.

En materia de fe y de moral, la Iglesia no se puede equivocar. Pues si ella, instituida por Nuestro Señor Jesucristo para enseñar la verdad a todos los pueblos la verdad, se equivoca, entonces, ¿dónde encontraremos la verdad? ¿Será que basta nuestra conciencia para conocer la verdad? ¿Será que la sola lectura de la Sagrada Escritura es suficiente para conocer la verdad? Los que siguen solo su conciencia terminan con su verdad particular, distinta de la de los demás; los protestantes, que buscan la verdad interpretando la Sagrada Escritura, están todos divididos, cada uno creyendo una cosa distinta del otro. Es necesario pues, que alguien conserve la verdad íntegra, tal como la transmitió Nuestro Señor, y ese alguien es la divina Institución de la Iglesia, asistida divinamente y en tal manera que no puede errar en lo que corresponde a la fe y costumbres.

Y dentro de ella, de la Iglesia, conserva el carisma de la infalibilidad el Supremo Maestro, el Papa, Vicario de Cristo. Infalible no cuando opina, no cuando conversa, no cuando peca, no cuando manda, sino solo cuando enseña y propone la verdad, de modo definitivo y para toda la Iglesia. Para que nadie se confunda, para que nadie se desvíe, para que nadie tome por blanco lo que no es blanco, Dios quiso que su representante en la Tierra enseñara siempre solo la verdad que de Él emana, sin errores ni ilusiones. Así lo creyeron los doctores, sabios, obispos, apóstoles y santos: que en lo que respecta a la fe debían estar unidos a lo que enseñaba el Pontífice Romano, puesto que a él le convenía, por derecho divino, la misión de confirmar en la fe a los cristianos.

Se equivocan los que interpretan el carisma de la infalibilidad en el oficio de Maestro del Papa, como una especie de poder que posee para hacer y deshacer cuanto le parezca, o que le de la posesión absoluta de la verdad, o que lo ponga por encima de la revelación. También se equivocan quienes piensan en la proclamación del dogma de la infalibilidad papal como en la declaración de una facultad que tendría el Papa para utilizar desde entonces. Nada de eso. La infalibilidad papal es, ante todo, una garantía que se nos da. Garantía de que todo lo que los Romanos Pontífices nos han enseñado durante tantos siglos, sin contradecirse, es verdadero y materia de fe. Garantía de que la fe nos ha sido transmitida en toda su pureza e integridad, asistida por el Espíritu Santo.

Muchos Papas indecentes, corruptos, pecadores existieron, sí. Pero eso, antes de ser una objeción contra la grandeza de la misión del Papa, ¿no es una grandísima prueba de la asistencia divina que le brinda el Espíritu Santo? Todos los Papas que no fueron dignos de estar en tan noble oficio, pudieron haber dañado la fe de modo increíble, pero no lo hicieron. Pasando por manos santas y sucias, la fe se conservó plenamente, en toda su pureza.

El Papa es un hombre como nosotros. Con un oficio superior al nuestro, pero tan susceptible de caer en pecado como nosotros. Y se equivoca cuando conversa y opina, como nosotros. Y puede equivocarse cuando manda, prohíbe o permite alguna norma de disciplina. Esto, que puede transformarse en un argumento para atacar la infalibilidad papal, expresa antes que todo, la necesidad de que el Espíritu Santo lo asistiera y lo librara del error, cuando él enseña de modo definitivo a toda la Iglesia. Porque si ha habido Papas tan pecadores, ¿qué sería de nosotros si ellos pudieran enseñar definitivamente el error? Si el Supremo Maestro es tan débil como nosotros, ¿no sería razonable que Dios lo asistiera con la infalibilidad, no para mantenerlo en la verdad solo a él, sino a toda la Iglesia?

Gracias a Dios, la fe se ha conservado, y se conservará hasta la consumación de los siglos, porque el Vicario de Cristo es infalible en su Magisterio, cuando es definitivo y universal. Y no se trata de estar seguros de que el Papa nunca caerá o que nunca se va a equivocar, se trata de tener la certeza de que lo que todos los Papas han enseñado durante veinte siglos y que se nos transmite a nosotros, es la fe pura e intacta que enseñó Nuestro Señor Jesucristo, y que está, por asistencia divina, libre de todo error.

 

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei

 

«Ama, venera, reza, mortifícate – cada día con más cariño – por el Romano Pontífice, piedra fundamental de la Iglesia, que prolonga entre todos los hombres, a lo largo de los siglos y hasta el fin de los tiempos, aquella tarea de santificación y gobierno que Jesús confió a Pedro. (Forja, n. 134)

«La suprema potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad, cuando habla ex cathedra, no son una invención humana, pues se basan en la explícita voluntad fundacional de Cristo. ¡Que poco sentido tiene enfrentar el gobierno del Papa con el de los Obispos, o reducir la validez del Magisterio pontificio al consentimiento de los fieles! Nada más ajeno a la Iglesia que el equilibrio de poderes; no nos sirven esquemas humanos, por más atractivos y funcionales que sean. Ninguno en la Iglesia goza por si mismo de la potestad absoluta, en cuanto hombre; en la Iglesia no hay otro jefe más allá de Cristo; y Cristo quiso constituir un Vicario suyo – el Romano Pontífice – para su esposa peregrina en esta tierra. […]

«Contribuimos para volver más evidente esa apostolicidad a los ojos de todos, manifestando con creciente fidelidad la unión con el Papa, que es unión con Pedro. El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo. Si tenemos intimidad con el Señor en nuestra oración, caminaremos con una mirada esclarecido que nos permitirá distinguir, aún en los acontecimientos que a veces no comprendemos o que nos causan llanto y dolor, la acción del Espíritu Santo.» (Amar a la Iglesia, n. 13)

Por Roberto Castelar

En medio de la crisis de incomprensión y de confusión ocasionada por el reciente levantamiento de las excomuniones de los Obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, consagrados por Marcel Lefebvre, el Papa ha decidido intervenir para poner tranquilidad en la nave de la Iglesia. Pero no es una intervención rígida y severa, como la de quién toma e timón a la fuerza por que se le escapa la barca; sino que es la acción dulce y serena de quién confía en Dios y sabe que la tranquilidad de las aguas y de la barca no depende de él mismo, sino de Aquel que habita en el cielo y de quién recibió su vocación de guiar a la Iglesia. Es la intervención amorosa de un Padre, para con sus hijos, para acabar con la confusión, con los malos entendidos y con los rumores maliciosos que por todos lados se levantan.

Este 12 de marzo pasado, la Santa Sede hizo pública una carta del Santo Padre Benedicto XVI a todos los Obispos del mundo, en donde el Papa expresa las razones concretas que lo movieron a levantar las excomuniones a los cuatro Obispos lefebvrianos. La carta demuestra el dolor que tiene el Obispo de Roma ante la crisis que se desencadenó, causada por una mala interpretación de todas sus intenciones:

“La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia Católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. […] Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento.”

El Papa hace referencia al caso del Obispo Richard Williamsom, que negó el holocausto en una entrevista en la televisión sueca, casi simultáneamente con la publicación del decreto del levantamiento de las excomuniones. Muchos atacaron al Papa como si su gesto fuera un acto de aprobación al anti-semitismo y una vuelta atrás en las relaciones entre cristianos y judíos. Resaltando que, como aclaró la Santa Sede, el Papa desconocía esas declaraciones en el momento de firmar el decreto, muestra su lamento por todo lo que esto causó:

“Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias.”

A seguir, el Papa lanza una queja amorosa a los católicos de todo el mundo. ¿Cómo no podría dolerle a un Padre la actitud de sus hijos, que muestran una disposición de atacarle hasta con la más mínima sospecha? La falta de confianza y de seriedad para afrontar las cosas le dolió mucho al Pontífice:

“Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido […].” (Texto resaltado es de nuestra responsabilidad).

Luego, el Papa habla de la correcta disposición de las cosas, según sus intenciones. Aclara que el levantamiento de las excomuniones no implica la aprobación de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sino que solo es un paso en el diálogo con ellos. No es lo mismo, dice él, las personas que las instituciones. Rehabilitar a las personas no significa aprobar a las instituciones.

“[…] hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.”

Queda claro, pues: mientras la Fraternidad San Pío X y los Obispos de Lefebvre no acepten el Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Papas posteriores al Concilio, no pueden reconciliarse plenamente con la Iglesia Católica:

“No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.”

Se diría: ¿no es cierto que el Papa, Vicario de Cristo, es el Padre de todos los fieles?, ¿no es cierto que en la Iglesia hay lugar y espacio para todos?, ¿no es cierto que todos merecen un espacio en ella, independientemente de los defectos y malentendidos que todos podamos tener? Si hay diferencias en materia de doctrina: el Espíritu Santo, a través del Papa, las solucionará a su tiempo.

“En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. […] ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?”

Nuestro querido Papa demuestra así una gran tranquilidad al abordar una problemática tan difícil, y hablando serenamente a todos los Obispos del mundo, pone fin al problema. Cabe recordar aquí como, una vez más, ciertos malentendidos son ocasión para que muchas personas hostiles a Dios y a la Iglesia los exploten para de una mejor manera atacar aquello que odian. Y el gran problema es que confunden con sus tramas a una gran cantidad de católicos ingenuos, en el mundo entero.

Para bien del Papa y de la Iglesia, en diversas partes del mundo el mensaje del Papa tuvo reacciones favorables. Al ver tal situación, varios Obispos del mundo, precisamente 70, han decidido enviar una carta de apoyo firmada por todos al Papa. La Conferencia Episcopal Alemana, a través de su Presidente, alabó el estilo humilde y corajoso de la carta del Papa. Palabras semejantes dieron las Conferencias Episcopales de Suiza, Austria, e Italia.

Recemos por el Papa.

Por Roberto Castelar

El reciente levantamiento de las excomuniones de los Obispos ordenados por Mons. Lefebvre pertenecientes a la Fraternidad San Pío X, por parte del Papa Benedicto XVI ha producido un terremoto terrible que ha sacudido las aguas en el mundo occidental, por razones no muy justificadas. La resistencia contra el Papado muy especialmente ha aprovechado la coyuntura para destellar su odio furibundo en contra de esta Sagrada Institución. Por un lado, los modernistas, aquellos católicos que interpretan el Concilio Vaticano II según sus caprichos y las modas de la época moderna, haciendo que pierda la esencia y la continuidad con la doctrina cristiana que quisieron darle los Padres conciliares, han mostrado sus garras y han proclamado que resistirán a la obra del gran Papa Benedicto, que se enmarca en línea continua con el pontificado de Juan Pablo II y fielmente apegada a la doctrina que la Iglesia ha ensenado por dos mil anos. Por otro lado, por el hecho de que uno de los Obispos rehabilitados haya negado tajantemente el holocausto de los judíos durante el régimen nazi, los sectores judíos, especialmente los alemanes, han levantado una ola de ataques con la persona del Papa.

Cabe notar que esta coyuntura, de muy poco peso material, valga decir, tuvo trascendencias impresionantes, haciendo que todas las “aguas se agitaran”. Los sectores tradicionalistas, que condenan y resisten al Concilia Vaticano II y que simpatizan con la obra de Mons. Lefebvre, vieron en el acto una “afirmación” de que el Papa esta a favor de ellos y que en el fondo condena el Concilio, creyendo ingenuamente que podría anular sus disposiciones en el futuro. Pero todo esto es falso. Cualquiera que conozca el pensamiento de este gran Papa, retomando su labor intelectual desde su desempeñó como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sabe que su posición esta muy lejos de la de los tradicionalistas, y se apega a la línea de Juan Pablo II. Benedicto XVI siempre promovió la obra del Concilio Vaticano II, defendiendo la idea de que la crisis de la Iglesia posterior al mismo era causa de su interpretación arbitraria, la causa directa no era, pues, el mismo Concilio. Intentar ver en el acto del Pontífice una señal de que da la razón a los tradicionalistas y condena el Concilio es una ilusión: “Es imposible [para un católico] tomar una posición a favor del Vaticano II y en contra del Concilio de Trento […] asimismo, es imposible tomar una posición contra el Vaticano II y a favor de Trento y el Vaticano I.”(RATZINGER Joseph ; Vittori MESSORI, “The Ratzinger Report”, Ignatius Press, San Francisco, 1986, pag. 28, traducción nuestra).

El levantamiento de las excomuniones debe entenderse, por tanto, en el sentido ordinario que tiene, es decir, como un intento del Papa de terminar con un cisma doloroso. Es tener la valentía de dar el primer paso para reconciliarse con el separado. Ya desde su época como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger se preocupo mucho con la situación de Mons. Lefebvre y sus Obispos y se busco encontrar la mejor manera de estabilizar su situación dentro de la Iglesia. Puede decirse, con certeza, que es una de las preocupaciones mas especiales de su alma, por la cual ha rezado mucho y trabajo en igual termino. Es abrir una puerta para facilitar el dialogo, no se puede interpretar como un “estoy de acuerdo con ustedes”. Si su posición no es la mas correcta, no hay por que alarmarse. En la Iglesia caben todos los que buscan la verdad, y en Ella todos terminaran encontrando la verdad, guiados por el Espíritu Santo.

En el lado de los modernistas, la “otra cara de la moneda”, la furia y el odio se han levantado ferozmente, como se dijo. Interpretando de la misma manera que los simpatizantes de Lefebvre, de quienes son terribles enemigos, los actos del Papa, han visto en su obra una especie “vuelta atrás”, una oposición directa con el Vaticano II, que de hecho no existe. Ellos creen que el Concilio enseña ciertas cosas que de hecho no tenia intención de enseñar, y que nunca enseñó. Basados en un arbitrario e inventado “espíritu del concilio”, se han proclamado en revuelta como no lo habían hecho antes, y amenazan con una nueva división. El sitio ultramodernista Golias (Francia) publico un manifiesto titulado “Por el concilio, contra el integrismo” donde llamaba a los católicos a la rebelión contra el Papa:

“Golias entiende por tanto resistir y conclama a la resistencia, contra toda forma de integrismo, de negacionismo y de fanatismo, contra la censura de la libertad de pensar, de rezar y de amar, contra la “castración” impuesta a los clérigos en nombre de una visión anacrónica que proviene del Ancien Regime […].” (Online, http://www.golias-editions.fr/spip.php?article2632, consultado el 08/02/09 a las 06h24m)

El mismo sitio publicó después un articulo titulado “Es Benedicto XVI un cismático?” donde defiende que el Papa es contra la tradición, contra la Iglesia viva, contra la curia romana. Un articulo, valga decir, bastante infundado y ridículo.

En Alemania, el teólogo heterodoxo Hans Kung, impedido de enseñar por herejía y tristemente celebre por haber deseado la muerte al Papa Juan Pablo II en un ensayo titulado “El futuro del Papado”, no podía dejar hacer oír su voz al respecto. En una entrevista publicada por la agencia EFE en Berlín, este teólogo pedía la renuncia del Papa: “Primero, cuestionó sobre si los protestantes forman una Iglesia. Después, en su infeliz discurso de Regensburg, llamó a los musulmanes de deshumanos. Y ahora ofende a los judíos permitiendo el retorno a la Iglesia de un negador del holocausto. […] Es hora de sustituirlo.”

Mientras los ataques continúan, el Papa queda solo como una oveja entre los lobos. Luchando solo, defendiendo la verdad por si solo. Incomprendido, despreciado y atacado. Que Dios le de fortaleza y lo guarde. A su obra y a su magisterio permanezcamos fieles. Recemos por él.


Por Giovanni Maria Vian, director de L’Osservatore Romano, en conmemoración del trigésimo aniversario de la elección de Juan Pablo II.

La tarde del 16 de octubre de 1978, hace treinta años, la elección del cardenal Karol Wojtyla marcó realmente un viraje en la historia de las sucesiones en la cátedra romana. Después de casi medio milenio -es decir, desde el tiempo de Adriano VI (1522-1523)- el colegio cardenalicio volvió a elegir como Obispo de Roma a un prelado que no era originario de la península italiana. Y por primera vez llegó a ser Pontífice romano un eslavo. Vino de un país lejano, como dijo inmediatamente Juan Pablo II a la ciudad que amaba ya desde el tiempo de sus estudios y al mundo que pronto comenzaría a recorrer como Papa. Con la pasión de un místico inmerso en su tiempo y con el vigor de una edad relativamente joven (a la que los cónclaves no estaban acostumbrados desde 1846, cuando fue elegido el cardenal Giovanni Maria Mastai Ferretti, de cincuenta y cuatro años).

Así comenzó un pontificado que, después del de Pío ix precisamente, sería el más largo entre los de los sucesores de Pedro. Largo y, sobre todo, de una importancia históricamente decisiva en las vicisitudes del último tramo del siglo XX, hasta entrar en los primeros años del nuevo siglo. Según una visión de la historia que Juan Pablo II dejó trasparentar desde su primera encíclica, donde estaba esbozado el camino del catolicismo encaminado ya a cumplir su segundo milenio. Karol Wojtyla, nacido el 18 de mayo de 1920 y ordenado sacerdote inmediatamente tras la tragedia bélica desencadenada por totalitarismos que conoció de cerca, fue en 1958 uno de los últimos obispos nombrados por Pío xii y durante el Vaticano ii fue promovido a arzobispo de Cracovia por Pablo VI, que lo creó cardenal a los cuarenta y siete años. En ese tiempo el joven prelado polaco fue un protagonista destacado, aunque no muy conocido, de la Iglesia católica.

Elegido Papa en el segundo cónclave de 1978, después de la muerte repentina de su predecesor, confirmó sin vacilaciones, al asumir los dos nombres, la opción de continuidad con Juan XXIII y con Pablo VI -ya desde hacía tiempo indebidamente contrapuestos- e inmediatamente volvió a dar voz a la así llamada «Iglesia del silencio», ahogada por los regímenes comunistas. El primer Papa eslavo contribuyó a resquebrajar ese mundo hasta el punto de que esta actuación suya es el contexto más probable del atentado, aún no aclarado del todo, que estuvo a punto de acabar con su vida el 13 de mayo de 1981.

Juan Pablo II, aunque quedó seriamente mermado en su fortaleza física, no murió. Vivió y vio el 1989, pero también el 11 de septiembre de 2001, acompañando las vicisitudes de nuestra época con una valentía y una determinación vividas y testimoniadas hasta el último día de su existencia terrena, el 2 de abril de 2005, hasta su último respiro. Así, en la memoria del mundo queda la imagen de aquel Papa que hace treinta años se presentó como venido de un país lejano y que inmediatamente dio visibilidad a la Iglesia católica, sobre todo gracias a sus numerosos viajes internacionales, que lo convirtieron en figura familiar en todas las partes del mundo, pero también con una enseñanza imponente, arraigada en el amor a Cristo y en la defensa del ser humano: una enseñanza escuchada también por muchísimos no creyentes y que no quedará sin fruto.

Tomado de ZENIT, agencia noticiosa internacional

“Hay muchas personas constituidas en autoridad dentro de la Iglesia, a las cuales hemos de estar unidos por la obediencia. Sin embargo, toda esta variedad tiene que reducirse a un prelado primero y supremo, en quien principalmente se concentre el principado universal sobre todos. Ha de reducirse, digo, no solo a Dios y as Cristo, mediador entre Dios y los hombres, sino también a su Vicario; y esto no por un estatuto humano, sino por estatuto divino, mediante el cual Cristo constituyó a San Pedro en príncipe de los apóstoles, establecidos a su vez como príncipes sobre la tierra. Y esto lo hizo Cristo convenientísimamente, por exigirlo el orden de la justicia universal, la unidad de la Iglesia y la estabilidad tanto de este orden como de esta unidad.”

(San BUENAVENTURA, “La perfección evangélica”, c. 4, a. 3, concl. Extraído de CLÁ DIAS P. Joao, “La Piedra Inquebrantable”, in Heraldos del Evangelio, revista mensual, Año VI, no. 59, junio 2008, pág. 16)

“Fácil es la prueba que confirma la fe y compendia la verdad. El Señor habla a San Pedro y le dice: ‘Yo te digo a ti que tu eres Pedro…’y en otra parte, después de su resurrección: ‘Apacienta mis ovejas’. Sobre él solo edifica su Iglesia, y le encarga apacentar su rebaño. Y aunque a todos los apóstoles les confiere igual potestad y les dice: ‘Como me envió mi Padre, así los envío yo…’, sin embargo, para manifestar la unidad, estableció una cátedra, y con su autoridad se dispuso que el origen de esta unidad se fundamentase en uno. Cierto que todos los apóstoles eran lo mismo que Pedro, adornados con la misma participación de honor y de potestad; pero el principio dimana de la unidad, y a Pedro se le dio el primado para demostrar que una es la Iglesia de Cristo y una la cátedra. Todos son pastores, pero hay un solo rebaño apacentado por todos los apóstoles de común acuerdo.
“[…] El que no cree en esta unidad de la Iglesia, ¿puede tener fe? El que se opone y resiste a la Iglesia, el que abandona la cátedra de Pedro, sobre la que aquella esta fundada, ¿puede pensar que se halla dentro de la Iglesia? También el bienaventurado Pablo enseña lo mismo, y pone de manifiesto el misterio de la unidad, cuando dice: ‘Solo hay un cuerpo y un espíritu, como también una sola esperanza, la de nuestra vocación. Solo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios.’ ”

(San CIPRIANO, “De unitate Ecclesiae” § 4, extraído de CLÁ DIAS P. Joao, “La Piedra Inquebrantable”, in Heraldos del Evangelio, revista mensual, Año VI, no. 59, junio 2008, pág. 17)

«En una audiencia que tuvo con el Papa Pío X, deslizó algunas frases mordaces contra un enemigo de la Iglesia. Hijo mío, le dijo el Papa, no puedo aprobar vuestro lenguaje. En castigo, escuchad esta historia: Un sacerdote que yo he conocido muy bien, acababa de llegar a su primera parroquia. Creyó ser su deber visitar a todas las familias, sin excluir a los judíos, protestantes, etc., y anunció desde el pulpito que repetiría las visitas todos los años. Esto causó gran revuelo entre sus compañeros, que lo denunciaron al obispo. Él obispo llama inmediatamente al acusado y le da una buena reprimenda. «Señor obispo, le responde el cura con toda modestia; Jesús en el Evangelio, manda al pastor que lleve al redil a todas las ovejas, oportet illas adducere. ¿Cómo puede lograrse esto, sin ir en su busca? Por otra parte, yo soy intransigente con los principios, y me limito a manifestar mi interés y mi caridad por todas las almas que Dios me ha confiado, sin excluir a las extraviadas. He anunciado estas visitas desde el pulpito; si vuestro deseo formal es que me abstenga de hacerlas, le ruego que me dé por escrito la prohibición, para que se sepa que yo no hago otra cosa que obedecer las órdenes que se me dan.» Impresionado por lo tajante de estas palabras, el Obispo no insistió más. Por lo demás, el tiempo dio la razón a aquel sacerdote, que tuvo la alegría de convertir a algunos de aquellos extraviados y obligó a los demás a respetar nuestra sacrosanta Religión. Aquel humilde cura ha llegado a ser, por voluntad de Dios, el Papa que os da, hijo mío, esta lección de caridad. Sed inexorable con los principios, pero extended vuestra caridad a todos los hombres, aunque sean los peores enemigos de la Iglesia.»
Mons. Chautard, “El alma de todo apostolado”

 

[…] Por eso escribe San Jerónimo:

«Esta es, beatísimo Papa,
la fe que aprendimos en la Iglesia.
Y si en ella hemos sustentado algo con
menos pericia o menos cautela,
deseamos que sea enmendado por ti,
que posees la sede y la fe de Pedro.
Mas si esta nuestra confesión se
ve aprobada por el juicio de tu apostolado,
quien pretenda culparme a mí, dará con ello
prueba de que es imperito o malvado,
e incluso no católico, sino hereje.

(Cf. PELAGIO, Libellus Fidei ad Innocentium: ML 45,1718 apud AQUNO, Santo Tomás de, Suma Teológica, II-II, q. 11, art. 2, ad 3)

 

«Por otra parte, la unidad de la Iglesia radica en dos cosas, es decir, en la conexión o comunicación de los miembros de la Iglesia entre sí y en la ordenación de todos ellos a una misma cabeza, a tenor de lo que escribe el Apóstol: Vanamente hinchado por su mente carnal, sin mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión para realizar su crecimiento en Dios (Col 2,18-19). Pues bien, esa Cabeza es Cristo mismo, cuyas veces desempeña en la Iglesia el SumoPontífice. Por eso se llama cismáticos a quienes rehusan someterse al Romano Pontífice y a los que se niegan a comunicar
con los miembros de la Iglesia a él sometidos.»

(Suma Teológica, II-II, q.39, art. 1)

«Y esa autoridad de la Iglesia radica de manera principal en el Papa, ya que se lee en el Decreto 16: Cuantas veces se ventile una cuestión de fe, pienso que todos nuestros hermanos y obispos
no deben someterla sino a Pedro, es decir, a la autoridad de su nombre.
Con esa clase de autoridad no defienden su manera de pensar ni San Jerónimo ni San Agustín ni ninguno de los santos doctores.»

(S. T., II-II, q. 11, art. 2, ad 3)

[…] porque siéndole dada toda potestad, según su humanidad, como parece en San Mateo, cap. 16, la comunicó a su Vicario, cuando dijo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo». Adonde se ponen cuatro cláusulas que significan el dominio de San Pedro y sus sucesores sobre todos los fieles, y que por ellas el Sumo Pontífice Romano puede ser llamado Cristo, Rey y Sacerdote. Por que si Cristo Nuestro Señor se llama así, como prueba San Agustín en el libro diez y siete de la Ciudad de Dios, no es fuera de razón que se den los mismos nombres a su sucesor, suponiendo las razones que de esto se podrían dar como en cosa que es muy clara.
[…] porque como el Sumo Pontífice sea cabeza en el cuerpo místico de todos los fieles de Cristo, y todo el movimiento y sentido en un cuerpo verdadero proceda de la cabeza, así debe ser en la materia en que hablamos, por lo cual es necesario decir que en el Sumo Pontífice está la plenitud de todas las gracias, porque él solo da indulgencia plenaria de todos los pecados, para que le competa lo que decimos del primer Príncipe y Señor, que es que de su plenitud recibimos todo.

(De regimine principium, liber I, cap. X)