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Archive for the ‘Santos’ Category

 

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei

 

«Ama, venera, reza, mortifícate – cada día con más cariño – por el Romano Pontífice, piedra fundamental de la Iglesia, que prolonga entre todos los hombres, a lo largo de los siglos y hasta el fin de los tiempos, aquella tarea de santificación y gobierno que Jesús confió a Pedro. (Forja, n. 134)

«La suprema potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad, cuando habla ex cathedra, no son una invención humana, pues se basan en la explícita voluntad fundacional de Cristo. ¡Que poco sentido tiene enfrentar el gobierno del Papa con el de los Obispos, o reducir la validez del Magisterio pontificio al consentimiento de los fieles! Nada más ajeno a la Iglesia que el equilibrio de poderes; no nos sirven esquemas humanos, por más atractivos y funcionales que sean. Ninguno en la Iglesia goza por si mismo de la potestad absoluta, en cuanto hombre; en la Iglesia no hay otro jefe más allá de Cristo; y Cristo quiso constituir un Vicario suyo – el Romano Pontífice – para su esposa peregrina en esta tierra. […]

«Contribuimos para volver más evidente esa apostolicidad a los ojos de todos, manifestando con creciente fidelidad la unión con el Papa, que es unión con Pedro. El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo. Si tenemos intimidad con el Señor en nuestra oración, caminaremos con una mirada esclarecido que nos permitirá distinguir, aún en los acontecimientos que a veces no comprendemos o que nos causan llanto y dolor, la acción del Espíritu Santo.» (Amar a la Iglesia, n. 13)

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“Hay muchas personas constituidas en autoridad dentro de la Iglesia, a las cuales hemos de estar unidos por la obediencia. Sin embargo, toda esta variedad tiene que reducirse a un prelado primero y supremo, en quien principalmente se concentre el principado universal sobre todos. Ha de reducirse, digo, no solo a Dios y as Cristo, mediador entre Dios y los hombres, sino también a su Vicario; y esto no por un estatuto humano, sino por estatuto divino, mediante el cual Cristo constituyó a San Pedro en príncipe de los apóstoles, establecidos a su vez como príncipes sobre la tierra. Y esto lo hizo Cristo convenientísimamente, por exigirlo el orden de la justicia universal, la unidad de la Iglesia y la estabilidad tanto de este orden como de esta unidad.”

(San BUENAVENTURA, “La perfección evangélica”, c. 4, a. 3, concl. Extraído de CLÁ DIAS P. Joao, “La Piedra Inquebrantable”, in Heraldos del Evangelio, revista mensual, Año VI, no. 59, junio 2008, pág. 16)

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“Fácil es la prueba que confirma la fe y compendia la verdad. El Señor habla a San Pedro y le dice: ‘Yo te digo a ti que tu eres Pedro…’y en otra parte, después de su resurrección: ‘Apacienta mis ovejas’. Sobre él solo edifica su Iglesia, y le encarga apacentar su rebaño. Y aunque a todos los apóstoles les confiere igual potestad y les dice: ‘Como me envió mi Padre, así los envío yo…’, sin embargo, para manifestar la unidad, estableció una cátedra, y con su autoridad se dispuso que el origen de esta unidad se fundamentase en uno. Cierto que todos los apóstoles eran lo mismo que Pedro, adornados con la misma participación de honor y de potestad; pero el principio dimana de la unidad, y a Pedro se le dio el primado para demostrar que una es la Iglesia de Cristo y una la cátedra. Todos son pastores, pero hay un solo rebaño apacentado por todos los apóstoles de común acuerdo.
“[…] El que no cree en esta unidad de la Iglesia, ¿puede tener fe? El que se opone y resiste a la Iglesia, el que abandona la cátedra de Pedro, sobre la que aquella esta fundada, ¿puede pensar que se halla dentro de la Iglesia? También el bienaventurado Pablo enseña lo mismo, y pone de manifiesto el misterio de la unidad, cuando dice: ‘Solo hay un cuerpo y un espíritu, como también una sola esperanza, la de nuestra vocación. Solo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios.’ ”

(San CIPRIANO, “De unitate Ecclesiae” § 4, extraído de CLÁ DIAS P. Joao, “La Piedra Inquebrantable”, in Heraldos del Evangelio, revista mensual, Año VI, no. 59, junio 2008, pág. 17)

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«En una audiencia que tuvo con el Papa Pío X, deslizó algunas frases mordaces contra un enemigo de la Iglesia. Hijo mío, le dijo el Papa, no puedo aprobar vuestro lenguaje. En castigo, escuchad esta historia: Un sacerdote que yo he conocido muy bien, acababa de llegar a su primera parroquia. Creyó ser su deber visitar a todas las familias, sin excluir a los judíos, protestantes, etc., y anunció desde el pulpito que repetiría las visitas todos los años. Esto causó gran revuelo entre sus compañeros, que lo denunciaron al obispo. Él obispo llama inmediatamente al acusado y le da una buena reprimenda. «Señor obispo, le responde el cura con toda modestia; Jesús en el Evangelio, manda al pastor que lleve al redil a todas las ovejas, oportet illas adducere. ¿Cómo puede lograrse esto, sin ir en su busca? Por otra parte, yo soy intransigente con los principios, y me limito a manifestar mi interés y mi caridad por todas las almas que Dios me ha confiado, sin excluir a las extraviadas. He anunciado estas visitas desde el pulpito; si vuestro deseo formal es que me abstenga de hacerlas, le ruego que me dé por escrito la prohibición, para que se sepa que yo no hago otra cosa que obedecer las órdenes que se me dan.» Impresionado por lo tajante de estas palabras, el Obispo no insistió más. Por lo demás, el tiempo dio la razón a aquel sacerdote, que tuvo la alegría de convertir a algunos de aquellos extraviados y obligó a los demás a respetar nuestra sacrosanta Religión. Aquel humilde cura ha llegado a ser, por voluntad de Dios, el Papa que os da, hijo mío, esta lección de caridad. Sed inexorable con los principios, pero extended vuestra caridad a todos los hombres, aunque sean los peores enemigos de la Iglesia.»
Mons. Chautard, “El alma de todo apostolado”

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[…] Por eso escribe San Jerónimo:

«Esta es, beatísimo Papa,
la fe que aprendimos en la Iglesia.
Y si en ella hemos sustentado algo con
menos pericia o menos cautela,
deseamos que sea enmendado por ti,
que posees la sede y la fe de Pedro.
Mas si esta nuestra confesión se
ve aprobada por el juicio de tu apostolado,
quien pretenda culparme a mí, dará con ello
prueba de que es imperito o malvado,
e incluso no católico, sino hereje.

(Cf. PELAGIO, Libellus Fidei ad Innocentium: ML 45,1718 apud AQUNO, Santo Tomás de, Suma Teológica, II-II, q. 11, art. 2, ad 3)

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«Por otra parte, la unidad de la Iglesia radica en dos cosas, es decir, en la conexión o comunicación de los miembros de la Iglesia entre sí y en la ordenación de todos ellos a una misma cabeza, a tenor de lo que escribe el Apóstol: Vanamente hinchado por su mente carnal, sin mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión para realizar su crecimiento en Dios (Col 2,18-19). Pues bien, esa Cabeza es Cristo mismo, cuyas veces desempeña en la Iglesia el SumoPontífice. Por eso se llama cismáticos a quienes rehusan someterse al Romano Pontífice y a los que se niegan a comunicar
con los miembros de la Iglesia a él sometidos.»

(Suma Teológica, II-II, q.39, art. 1)

«Y esa autoridad de la Iglesia radica de manera principal en el Papa, ya que se lee en el Decreto 16: Cuantas veces se ventile una cuestión de fe, pienso que todos nuestros hermanos y obispos
no deben someterla sino a Pedro, es decir, a la autoridad de su nombre.
Con esa clase de autoridad no defienden su manera de pensar ni San Jerónimo ni San Agustín ni ninguno de los santos doctores.»

(S. T., II-II, q. 11, art. 2, ad 3)

[…] porque siéndole dada toda potestad, según su humanidad, como parece en San Mateo, cap. 16, la comunicó a su Vicario, cuando dijo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo». Adonde se ponen cuatro cláusulas que significan el dominio de San Pedro y sus sucesores sobre todos los fieles, y que por ellas el Sumo Pontífice Romano puede ser llamado Cristo, Rey y Sacerdote. Por que si Cristo Nuestro Señor se llama así, como prueba San Agustín en el libro diez y siete de la Ciudad de Dios, no es fuera de razón que se den los mismos nombres a su sucesor, suponiendo las razones que de esto se podrían dar como en cosa que es muy clara.
[…] porque como el Sumo Pontífice sea cabeza en el cuerpo místico de todos los fieles de Cristo, y todo el movimiento y sentido en un cuerpo verdadero proceda de la cabeza, así debe ser en la materia en que hablamos, por lo cual es necesario decir que en el Sumo Pontífice está la plenitud de todas las gracias, porque él solo da indulgencia plenaria de todos los pecados, para que le competa lo que decimos del primer Príncipe y Señor, que es que de su plenitud recibimos todo.

(De regimine principium, liber I, cap. X)

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(San Alfonso María de Ligorio)

 

Para contrarrestar la pseudo-reforma protestante que amenazaba Europa, la divina Providencia suscitó un alma de fuego, San Ignácio de Loyola. Su obra santa, la gloriosa Compañía de Jesús, fue durante los tiempos más turbulentos de la Iglesia en los últimos siglos, un gran y poderoso frente de defensa de la santa fe católica en el mundo. Por tal, destruirla se convirtió en unos principales objetivos de muchas de las organizaciones unidas y conjuradas para borrar las raíces cristianas en las sociedades europeas. Los jesuitas, particularmente odiados por su excepcional adhesión y obediencia al Sumo Pontífice, fueron expulsados de muchas naciones europeas. En un momento determinado en que la situación se volvió más crítica, el Papa Clemente XIV, para impedir más disturbios en la Cristiandad, publicó el documento Dominus ac Redemptor en donde abolía la Compañía de Jesús, de acuerdo al placer de los príncipes, más sin embargo sin condenarla formalmente. Ante esta decisión, muchos cristianos que desconocían las condiciones y las presiones a las que estaba sometido el Santo Padre, tomaron una posición de crítica. Cuando San Alfonso María de Ligorio, entonces aún en vida, escuchó eso, simplemente dijo: “pobre Papa, pobre Papa, ¿qué podía hacer?”. Y después de unos cuantos minutos, dijo: “voluntad del Papa, voluntad de Dios”, y desde ese momento nunca más volvió a tocar el tema. Aún en los peores momentos, con las peores condiciones y circunstancias, la filial obediencia y sumisión a la Cátedra de Pedro es característica especial de los verdaderos santos.

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Don Bosco y los Papas

 

 

 

Característica de la fisonomía de Don Bosco es el haber sido papal y mariano. Después de la Eucaristía y la Virgen, el Papa fue el objeto de su amor, ferviente y filial. No fue pequeña gloria para Don Bosco el haber sostenido siempre al santo Pontífice Pío IX, iluminándolo en momentos trágicos para la Iglesia, y defendiendo su autoridad, sus derechos, su prestigio. Bien lo sabían los enemigos, que no dudaron en calificar a nuestro Santo como «el Garibaldi del Vaticano». Para sostener la autoridad papal quiso su Sociedad. En el lecho de muerte, al cardenal Alimonda, como si fuera su testamento, le decía estas memorables palabras: «Tiempos difíciles, Eminencia… He pasado tiempos difíciles… Pero la autoridad del Papa… ¡la autoridad del Papa! He dicho aquí a Mons. Cagliero que lo diga al Santo Padre: que los Salesianos tienen como finalidad especial sostener la autoridad del Papa, donde se encuentren, donde trabajen».

 

Fuente: http://www.sdb.org

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